BREVE CRÓNICA DE VIAJE TRAVESÍA POR LA CORDILLERA DE TALAMANCA

BREVE CRÓNICA DE VIAJE

TRAVESÍA POR LA CORDILLERA DE TALAMANCA[1]

 

Carlos Borge Carvajal

William Brenes

Otto Castro

Jorge Vargas

Victoria Villalobos

 

Desde antes de 1985, vagamente una idea se configuraba en nuestras mentes.  ¡Un sueño!…¡quizá!, atravesar la cordillera de Talamanca de vertiente a vertiente.  El hecho de estar, de diversas maneras, vinculados a la hilaridad de la vida de Bribris y Cabécares de Talamanca, convertía aquellas montañas lejanas y selváticas, que se tragaron a los españoles 400 años atrás, en un reto a nuestra imaginación y nos incitaba a conocerlas desde su escudo protector en la retaguardia del Valle de Talamanca.

 

No fue sino hasta principios de 1993 que nos reunimos Ramiro Barrantes Mesén, Carlos Borge Carvajal, William Brenes Gómez, Jorge Vargas Carranza y Victoria Villalobos Rodríguez y la idea comenzó a cristalizar en la realidad, luego se unió al grupo Otto Castro Sánchez y en algún momento Marielos Girald manifestó su deseo de acompañarnos.  Tomamos la decisión de realizar la travesía en Semana Santa de este año.

 

Nuestro aprecio por el pueblo talamanqueño y la intriga que provocaba el desconocimiento del corazón mismo de aquellas lujuriosas masas de bosque, nos llevaban a emprender la loca ruta que pocos costarricenses conocen:  salir de Ujarrás, Buenos Aires, Puntarenas y llegar a Coroma de Talamanca, Limón.  De lado a lado en seis o siete días si la ventura estaba del lado nuestro.

 

Por razones de fuerza mayor, que todos comprendimos, con mucho pesar Ramiro Barrantes tuvo que desistir de la aventura, aunque con la fortaleza de buen amigo continuó brindándonos el apoyo moral y logísitico.

 

Viernes 2 de abril

 

Cinco profesionales[2], manejadores parcelarios del conocimiento propio de cada una de nuestras disciplinas, pero prácticamente ignorantes de lo que, en realidad, nos aguardaba en los días siguientes, salimos del parqueo de la Escuela de Biología de la Universidad de Costa Rica a las 9 a.m.  Fuimos despedidos por el Dr. Barrantes y el Prof. Ramiro Herrera, quienes tal vez irían a toparnos en Bajo Coén la semana siguiente.  Partiríamos con las mochilas cargadas de equipo personal, tiendas, comida, botiquín, cámaras fotográficas, como altímetro y barómetro un reloj japonés que portaba Carlos -algo preciso por cierto-, hojas cartográficas, un radio de comunicaciones enlazado con la Comisión Nacional de Emergencias y sobre todo llenos de bríos y deseosos de devorar aquellas montañas de bosque ombrófilo.

 

A las 3 p.m. llegamos al poblado de Ujarrás, donde establecimos contacto con el vaqueano, Silvano Villanueva y tres de sus sobrinos que nos acompañarían también deseosos de conocer Talamanca.  Resolvimos esa misma tarde salir a dormir en un pequeño pueblito llamado Guanacaste[3].  A las 3 de la mañana del día siguiente a ese lugar llegarían unos muchachos con tres caballos para aliviarnos la carga, por lo menos en el trepón que se vislumbraba al inicio del trayecto.  Esa tarde, a orillas del Río Ceibo[4], contemplamos incrédulos las lomas de Oka[5], la cual apacible retador a vencer al día siguiente.  Estas son peladas sabanas naturales que van desde la altura de los 700 msnm hasta 1800 msnm, son 13 km en fuerte ascenso, que de manera desafiante advierten que la cosa no es jugando y aún queda tiempo para el arrepentimiento.

 

El miedo no hizo mella en ninguno de nosotros y nos aprestamos a dormir en un bonito rancho pajizo, piso de tierra y paredes de caña brava.  El viento fue tal y tan frío que algunos pasamos mala noche…hasta que el ruido de los cascos de los caballos nos llamaron a cuentas.  La hora de la verdad se asomó y el sueño apenas empezaba a figurarse en realidad.

 

Sábado 3 de abril

 

Al poco rato estábamos listos y desayunados.  Las mochilas se cargaron en los caballos y emprendimos la larga caminata.  A eso de las 5:30 a.m. divisamos un rancho, el último que veríamos en varios días.  Cruzamos Río Ceibo y pronto dejamos su pequeño valle aluvial para subir por aquellas agrestes e inhóspitas lomas, mudos testigos de la disputa a sangre, fuego y muerte entre una familia Beita de Buenos Aires y los indios que reclaman tierras que aseguran les fueron arrebatadas.  Silvano nos mostró las reses que pastaban allí en tierras indígenas, indicando ser de propiedad de esa familia.

 

Son 13 kilómetros, muy largos, trepando por una fila de suelos de puro cascajo y un pasto bajo (Gramineae) que dicen es natural.  Allá, de vez en cuando, se aparecen pequeños arbustos doblados por el viento, pero lo que más hay son piedras.  Largo rato nos entretuvimos tirando pedrones por aquellos guindos del diablo, pero sólo se oía ¡bangan… bangan… bangan…!, por largos segundos.  Aquellos lares son como un desierto cuyos suelos son erosionados significativamente por los efectos de una alta precipitación y la topografía del lugar.  Animales se ven muy poco, dice Silvano que antes había mucho venado pero que una Familia Peralta de Cartago los exterminó por deporte.

 

A media mañana llegamos a la “Boca de la Montaña” que está a 1845 msnm, al lado se encuentra un lugar que se llama Ujum y era un antiguo campamento de los españoles para pasar a Talamanca, según Silvano.  Atrás dejábamos aquellas largas sabanas para internarnos en un precioso bosque de páramo, musgo y líquenes.  De allí se devolvieron los caballos y nosotros asumimos la pesada tarea.

 

Caminamos por un trillo abierto por técnicos del INBIO y sus vaqueanos blancos, éste último detalle no es del agrado de Silvano porque aduce que luego éstos querrán meterse por su cuenta a la montaña.  Al medio día llegamos a la ansiada cumbre llamada Casma (2.370 msnm) donde se dividen las dos vertientes -Pacífico y Atlántico- según rezaba el rótulo del “Parque Internacional la Amistad, Reserva de la Biosfera” y, aún ignorantes de aquello que nos esperaba, nos abrazamos por haber vencido el primer obstáculo.  Seguimos el paso por un tobogán precioso de musgos verdes, rojos, violetas y blancos.

 

Luego bajamos, durante largo rato, por el hecho resbaloso de la quebrada Kuisa y entre piedras y raíces musgosas empezaron a avisorarse los primeros sentonazos.  A media tarde encontramos a orillas de la misma quebrada un pequeño espacio húmedo y frío pero de gran belleza (2245 msnm) y ahí instalamos el primer campamento.  Cortamos hojas de diversas palmeras, platanillo (Heliconia spp.) y bijagua (Calathea insignis Pel.) para poner de colchón, hicimos la cena, comimos y muy temprano nos fuimos a dormir plácidamente en nuestras respectivas tiendas:  Otto, William y Jorge en una; Victoria y Carlos en la suya y Silvano, Víctor, Cecilio y Sixto, durmieron bien abrigados en una práctica construcción basada en un colchón, también de hojas, cubierto por un enorme plástico plegado en uno de sus extremos hacia arriba en declive y rematado hacia el otro costado conformando un techo.

 

Domingo 4 de abril

 

Salimos como a las 8 a.m., se nos pegó el ¡sleeping! como decía Otto.  Caminamos largo rato bajando por el curso de la Quebrada Kuisa; la cual se atraviesa aproximadamente doce veces hasta el cansancio.  Luego subimos buscando la cabecera del Río Lori.

 

Alcanzamos el Alto Lori a 2.300 msnm y de nuevo caminamos por una bella pasarela natural de musgos de muchos colores y tonos.  Allí realizamos un descanso y al igual que como ocurrió muchas veces durante la travesía Jorge, irrumpiendo abruptamente entre el melodioso canto de las aves y el golpeteo de las aguas en la roca, aprovechó para intentar establecer comunicación por medio del radio que nos proporcionó la Comisión Nacional de Emergencia:

 

  • Alpha Dos que llama a Base Cero, reportándonos desde la cordillera de Talamanca. ¿me copian?, cambio
  • Aquí Base Cero.  Don Borge, le copiamos bien pero  ustedes no son Alpha Dos, el nombre correcto de su estación es Tango Dos. ¿cómo están? y repórteme su ubicación, cambio.
  • Estamos bien, aunque un poco cansados y nos encontramos en una loma a aproximadamente 2.300 metros de altura y el lugar se ubica en la cuenca del Río Lori, que aparece en el extremo inferior izquierdo de la Hoja cartográfica Siola.  Cuando alcancemos el próximo campamento u otra prominencia intentaremos comunicarnos de nuevo y les daremos la ubicación exacta por coordenadas geográficas. Cambio.
  • Cuídense y buena suerte, cambio y fuera.

 

Fue la única vez que logramos comunicación con Base Cero, la siguiente fue con un puesto de la Cruz Roja en el Cerro de la Muerte y en el resto del viaje, el “-tango dos a base cero”, no cesó de perturbar, groseramente, las silvestres melodías, en otros intentos fallidos.

 

Al medio día ya estábamos en el Alto Katapa (2170 msnm), luego bajamos, para de nuevo subir al cerro Krikobetá y de allí bajar al Río Lori.  Pasamos el Lori, subimos de nuevo para bajar al Río Catarata (1720 msnm).  Desde un atalaya se divisa una hermosa y gran caída de agua de aproximadamente 100 m de altura, se oye majestuosa e invita a bañarse en ella.  Pero quedaba un poco desviada de nuestro rumbo.

 

La montaña es lujuriosa:  robles (Quercus spp.) de 40 mts de alto, pacayas y palmas diversas, platanillas, bejucos, monte, monte y más monte.  Aves por doquier, pisadas de tigre (Felis onca y Felis Concolor) y danta (Tapirius bairdii).  Aquí…comentábamos que sin un vaqueano como Silvano, enloquecer o sentarse a llorar, de allí difícilmente sale alguien si no cuenta con un guía que posea su sabiduría y experiencia.

 

Como anécdota, Silvano nos contó que en 1979, tres montañistas Suizos, quienes tenían experiencia en otras regiones de África y Asia, vinieron a practicar en este corredor y no quisieron aceptar la ayuda del vaqueano; un mes después una niña indígena y su padre que andaban de cacería por los cerros donde nace el Río Lari, un lugar alejado muchos kilómetros al Este de estos senderos, encontraron a un sobreviviente en estado grave; la Cruz Roja realizó toda clase de esfuerzos, logrando localizar a otro de los expedicionarios casi moribundo y los restos del otro muchacho no pudieron ser recuperados porque los animales los habían devorado.

 

Silvano Villanueva es un cabécar como de 55 años, cuerudo, de sonrisa amplia, de hablar encantador, durante su vida ha recorrido estos senderos más de 30 veces, como vaqueano a veces o por el placer de visitar a sus familiares y amigos talamanqueños otras, amigo de enseñar a sus sobrinos todos los secretos de la montaña.  De ellos era Víctor el más atento y preguntón.  Cecilio y Sixto casi no hablaron en todo el viaje.  Estos indios del pacífico son muy distintos a los talamanqueños.  Según Silvano los últimos son muy bromistas y “malcriados”, no se le dejan a nadie.

 

Avanzamos un poco más y a las 4 p.m. la lluvia nos hizo detener la marcha en un lugar bastante incómodo.  Dos pequeñas áreas inclinadas a orillas de una pequeña quebrada nos sirvieron de campamento.  Tuvimos que trabajar afanosamente para hacer un buen colchón de hojas de bijagua, para que el mismo sirviera de drenaje en caso de que lloviera torrencialmente.

 

Ese día no hicimos comida para nosotros, por lo que los vaqueanos cocinaron arroz para ellos.  Nosotros nos contentamos con pan, salami y unos buenos tragos de brandy; néctar del que íbamos muy bien provistos.

 

El ocaso del día fue simplemente maravilloso.  Otto, quién es sus años mozos fue músico[6], con melodiosos silbidos, logró llamar la atención de algunos jilgueros, aves con un canto celestial y de sonido similar a ciertas notas de un Stradivarius.  No menos de una docena de ellos hicieron un maravilloso coro que nos arrulló el sueño.  Dormimos plácidamente hasta el otro día.

 

Lunes 5 de abril

 

Ese día empezamos a sentir necesidad o ganas de salir de aquella selva, bella pero maltratadora.  Era duro salir de las tiendas, ponerse la ropa mojada y los caites empapados.   Un poco de café, embarrarnos de cofal fuerte  y volver a cargar las mochilas y tiendas, también mojadas, en lo profundo alguno cavilaba…¡dichoso Ramiro!.  Todo, absolutamente todo, hasta la lengua pesada, pero algo nos incitaba a seguir buscando el rumbo de la Meca de los Bribris y Cabécares:  San José Cabécar, la fortaleza ideológica de los indios más bravíos e indómitos que ha conocido Costa Rica a través de su historia.

 

Los robles eran cada vez más altos y gruesos, nos tomamos una foto al pie de uno con unos 45 metros de alto y aproximadamente 4 metros de diámetro.  Es un verdadero e imponente monumento a la naturaleza.  También vimos unas cuevas de tepezcuintle, raros a estas alturas.

 

Otra vez a subir, esta vez en busca de la cabecera del Río Coén.  A las 11 a.m. llegamos al Alto Coén (1915 msnm) y a las 11:30 al Alto Mollejón (1990 msnm).  Luego sigue un prolongado sube y baja que desciende hasta el lugar en donde instalamos el campamento en Kos Kichá (1720 msnm) a las 4 pm, a orillas de la quebrada Lari.

 

Este fue el tercer día de marcha, bastante tranquilo y de una belleza que se respiraba.  Ya en este momento podíamos distinguir el sabor de las aguas puras de las distintas quebradas y ríos, pero no podíamos oler lo hediondos que posiblemente estábamos porque teníamos tres días de no bañarnos.  Dice Silvano que por eso no podemos ver tigre y danta, ya que ellos de largo conocen el olor del sikwa (gente blanca).  Los indios también pueden distinguir nuestro peculiar olor.

 

La quebrada Lari nos sirvió de refugio, a su lado hay un hermoso lugar, amplio y bien protegido.  Hicimos un sopón maggi, nos comimos unos cuantos corazones de palmito (Euterpe spp), salami, pan y un fresco de avena con leche en polvo; antes de dormir, un buen trago.  Este día fue sin novedades, aparte de las huellas frescas de tigre y las boñigas de danta.  Dice Silvano que el tigre anda cerca de nosotros pero que no ataca, sólo tiene curiosidad.  ¡Vaya curiosidad!.

 

Martes 6 de abril

 

Silvano nos indicó que la mañana iba a ser suave y por la tarde un poco duro.   En eso estábamos cuando escuchamos unos gritos.  Tres hombres con grandes sacos de rafia y yute avanzaban hacia nosotros.  La primera impresión era que se trataba de narcotraficantes que cargaban marihuana.  Uno de nosotros se movió sigilosamente hacia donde estaba el revólver que portábamos para una eventualidad como esta.  Rápido nos aclararon que eran peones del INBIO, que esos sacos iban llenos de hojas -muestras botánicas- y que a unos 20 minutos nos encontraríamos con los taxómonos y sus asistentes en el campamento en donde confluyen la quebrada Lari con el Coén. ¡tamaño susto!.

 

Al rato, efectivamente, donde el Río Coén comienza a hacerse ancho y hay una pequeña pero paradisiaca isleta nos encontramos el campamento de los muchachos del INBIO.  Tres jóvenes flacuchos y barbudos que, junto con los tres fortachones que habían irrumpido en nuestra tranquilidad hacía unos cuantos minutos, tenían cerca de 15 días de estar internados en esa montaña.

 

  • ¡Hola! ¡Hola! ¿para dónde caminan?
  • Para San José Cabécar y Coroma después
  • Están como a mitad de camino, bastante largo
  • Pero ahí vamos pulseándola.  Nos llamamos Jorge…y ustedes, ¿cómo se llaman?
  • Si la memoria no nos falla respondieron:
  • Gerardo Herrera, Álvaro Fernández y William Gamboa y les deseamos buena suerte
  • Gracias que la necesitamos…por ahí nos encontraremos algún día, hasta luego
  • Recojan agua -dijo Silvano- porque en muchas horas no habrá.  Ahorita vamos a subir un “perrito”[7]muy fuerte, luego seguimos por el filete de la montaña para bajar el D´pari (hubo un lugarteniente de Presbere que se llamó Melchor Dapari y fue muerto junto con este en Cartago).

 

¡Y qué perrito!.  Es la cuesta que hay hasta la divisoria de aguas que separa el Coén del D´pari (1.900 msnm).  Aquí sentimos, por primera vez, las almas haciendo abandono de nuestros cuerpos.  Estaba resbaloso y había muchas espinas.  Empezaron las heridas en las manos y el “gatorei”[8] se agotaba rápidamente.  Una pequeña parada en un plan para tomar miel de abeja (consumimos tres botellas en todo el viaje) y embarrarnos de cofal las piernas.

 

Por fin llegamos al filete y la caminata se convirtió en plácida y agradable.  Era un hermoso plan con vegetación exuberante, se podían divisar diversos cerros y vimos un par de bellos quetzales.  En un momento del camino se alborotaron unas avispas congo que nos trabaron a varios.  Luego unos monos nos recompensaron con sus divertidas piruetas.

 

En ese plan nos encontramos con un hito del IGN, placa de metal empotrada en una piedra con la inscripción T40-196 a 1665 msnm.  Bajando un poco más existe un bosque en regeneración con especies colonizadoras, ello fue producto -según Silvano- de que los gringos construyeron allí un helipuerto, bajo el pretexto de buscar narcotraficantes.  Pero en realidad, los jodidos, además del daño a la ecología, lo que hicieron fue dedicarse a saquear un sitio arqueológico ubicado en ese lugar (1.230 msnm).

 

Ahora, vendría algo durísimo:  bajar la fila del Bögú.  En poco más de un kilómetro en línea recta se baja de los 1.100 a los 600 msnm.  Todos coincidimos que es la parte más dura del cruce de la Cordillera y no queríamos siquiera imaginar, lo que sería subir aquella vaina.  Era algo endemoniado:  bejucos por doquier, piedras sueltas, plantas con espinas, grandes troncos atravesados, trillos perdidos y las ruidosas aguas del Coén a la izquierda y del D´pari a la derecha engañándonos con la ilusión de la pronta abajo, ¡ya se oye cerquita! decíamos a cada rato.  Sudábamos a chorros, cada vez estábamos más sucios…casi mugrientos, nuestras caras retomaron el color rojo.  Hasta aquí nuestras piernas habían aguantado muy bien; pero la cuesta del Bögú nos destrozó la resistencia por el peso que soportaban las piernas en bajada.  Los bordones se quebraban, continuamente rodábamos y caíamos de fondillo, los madrazos se dejaban oír quedamente.  Sin embargo, la moral del grupo seguía inmutable y no faltó quién, al igual que en otros parajes difíciles, nos narrara la sui géneris y divertidísima forma en que imaginaba a Marielos realizando aquel descenso.

 

Al rato, después de aproximadamente tres horas de tremenda bajada, como a las 2:30 p.m. se oyeron los jubilosos gritos de Jorge y William quienes anunciaban haber llegado al D´pari.  ¡Qué hermosura de poza! ¡qué lujuria de verde, verde turquesa, blanco, gris, amarillo, marrón y azul!.  Era el mismísimo paraíso puesto allí para aquellos que nos atrevemos a buscarlo.  Al suelo los pesados salveques y a echarnos con todo y ropa en aquellas aguas frías y turbulentas, aquello era un homenaje a la locura de retar la selva más grande de todo Costa Rica y la tercera de Centroamérica.

 

Al rato pusimos a secar la ropa y tiendas de campaña en los pedrones, aprovechando el radiante sol de la tarde.  Era la primera vez en cuatro días que sentíamos su suave calor; también era la primera vez que nos bañábamos.  Lentamente fuimos restregando cada parte de nuestro cuerpo y revisando las pequeñas heridas, luego un cigarrito los que fumábamos y Tres Cepas y Valdespino nos enardecieron el espíritu.  Aquí lamentamos que nuestro amigo Barrantes se estuviese perdiendo aquella maravilla.

 

El sitio de acampar es muy bonito y amplio.  Ese día comimos unos spaguettis en salsa de tomate con salami y unos buenos pedazos de pan integral.  Conversamos un poco y nos fuimos a dormir a las tiendas.  Al rato empezó la vaciladera de tienda a tienda, hasta que el sueño nos venció.

 

Miércoles 7 de abril

 

A las 7 a.m. estábamos en camino.  Primero por un plan a orillas del D´pari hasta que el mismo confluye en el Coén, se cruza ese río y luego hicimos un trepón que nos volvió a colocar en los 900 msnm.  De allí sigue un interminable sube y baja en donde se ganan 80 metros, se pierden 50, se vuelven a ganar 150 y se pierden 100 metros, todo a orillas del Coén.

 

Los guindos eran peligrosísimos, ya que terminaban en las ya torrentosas agua del río.  Carlos cayó en una ocasión, Jorge en otra y así sucesivamente pero todos con la buena fortuna de haberse podido agarrar de bejucos y otras plantas.  De repente encontramos un difícil desfiladero lleno de hormigas; no sabemos cómo, pero lo pasamos corriendo.  Como al mediodía sentimos un agradable olor a civilización, era dulce y nos llegó a todos al mismo tiempo.  Habían unas cuantas matas de masari (banano indígena-Musa sapientu-), cacao (Theobroma cacao) y pataste (cacao primitivo –Theobroma bicolor Humb-).

 

Estábamos pasando por un tacotal viejo que pronto empezó a darnos problemas.  Espinas, troncos podridos, huecos en el terreno, hormigas y muchas hojas con pelillos que se pegan a las manos.  Luego una bajada tremenda de los 700 msnm a los 500 msnm, el suelo es flojo y con piedras sueltas.  Es un tremendo esfuerzo que se hace con la esperanza de que casi llegamos a San José Cabécar, cuyos desmontes se ven cercanos al otro lado del río.

 

Por fin nos volvimos a encontrar con las aguas del Coén, en donde tomamos un buen baño para que los indios cabécar no tengan desagrado en encontrarse con nosotros.  Retornamos al eterno subibaja, hasta que llegamos a las primeras milpas, bananales, platanales y revolcaderos de chanchos.  Por aquí y por allá se ven los trillos que llevan a los distintos ranchos.

 

Es tarde y debíamos buscar un rancho donde quedarnos.  Esperábamos llegar a la casa de don Ricardo Reyes (el intermediario con los UseköLpa) quien nos esperaba pero nos abrigó la noche.  Silvano nos llevó donde unos amigos que vivían en tres hermosos ranchos levantados en palafitos, con piso y paredes de chonta y techo de suita.  Una tropa conformada por decenas de chanchos, gallinas y chompipes merodeaba por un hermoso patio enzacatado y con ellos tuvimos que disputarnos algunas naranjas que a grandes costos lográbamos bajar de un frondoso árbol.

 

Silvano llevaba varios regalos para la señora de la casa.  Ella era ni más ni menos que la UseköL, de la que los amigos talamanqueños nunca dan el nombre, lo mantienen en el más estricto secreto.  Como la costumbre es darles tributo, nosotros le entregamos el salami que quedaba, a lo que respondió con chicha, café, naranjas y bananos.  Ella sabía que llegaríamos ya que don Ricardo nos había estado esperando allí el día anterior y le indicó quienes éramos y de ahí el trato amable.  Tanto, que don Silvano se sorprendió al percatarse de que éramos conocidos en Talamanca, él jamás se imaginó que nosotros tuviéramos tantos amigos allá.  Quedó convencido cuando Hernán Segura, Alejandro Swaby, Lisandro Díaz y muchos otros viejos amigos nos estaban esperando.

 

Para nosotros esta dispuesto un rancho como a 1 kilómetro.  Allí nos instalamos cómodamente, unos en el piso y otros en hamacas.  Hicimos una gran sopa de pollo y nos tomamos el último traguito del viaje.  A dormir con la satisfacción de haber cruzado la Cordillera de Talamanca…haber vencido el reto, podíamos morir tranquilos porque habíamos sido abrazados por la lujuria de la selva talamanqueña.  Jamás lo olvidaremos.

 

Jueves 8 de abril

 

A las 8 a.m. estábamos listos para partir rumbo a Bajo Coén en donde nos esperaban entre 10 y 11 a.m. con caballos para embarcarnos en Coroma, camino a Suretka.  Todo parecía pan comido, hasta que volvieron a aparecer los famosos subibaja.  A media mañana llegamos donde don Ricardo Reyes en Kichú Kichá, el cual nos recibió muy alegre al ver que nos había ido bien, nos dijo de que él estaba seguro de que nada nos pasaría y que llegaríamos muy bien a Talamanca, nos regaló cafecito caliente y le vendió a Jorge una chácara de fibra natural para Sebastián su hijo.

 

Al fin apareció la temida cuesta del Piste, la misma hizo estrago en Carlos, quién rapidito comenzó a ver estrellitas (amarillas, doradas, margenta y de colores inimaginables).  Para aliviarlo se nos había acabado el brandy y entonces Silvano tuvo que cargarle el salveque durante parte del trayecto.  Esta cuesta consiste en un enorme trepón casi interminable y luego se baja a la confluencia del Río Suintsi con el Coén.  Suintsi fue el asiento de Pablo Presebere, el Rey de los Talamancas que, con las armas nativas, impidió que los españoles conquistaran estas tierras en 1709.

 

Al rato debimos cruzar el caudaloso Coén, cansados como estábamos eran pocas las fuerzas que nos acompañaban para hacerle frente a aquel torrente que viene desbocado de un cañón para entrar al Valle de Talamanca.  William se fue aguas arriba y creyéndose “trazan”o alguien parecido se hizo al agua, ¡qué susto…cuando lo vimos pasar peleando con la corriente!, algunos imaginamos que podría ser reventado contra alguna piedra, pero finalmente, por fortuna, salió por la otra orilla; fue una situación muy tensa y peligrosa.  Los menos osados cruzamos agarrados de una cuerda.  Victoria fue la primera en cruzar y la vio a palitos con la corriente que la levantó.  Jorge no podrá olvidarse del pánico que le dio cruzar el Coén ¡qué cara de horror! Otto miraba con rostro preocupado desde la orilla preguntando si no había otro paso.  Víctor, joven fuerte y voluntarioso, fue el héroe de la jornada.  Salimos todos empapados pero nos salvamos.  Caminamos por las llanuras de Mojoncito y al rato nos tocó cruzar de nuevo el mismo río para salir en el encuentro de Hernán y sus hijos a las 2 p.m.

 

Pronto estábamos camino al puerto en donde Sebastián, Lisandro, Daniel y Porfirio nos esperaban con dos botes.  Para los amigos de Coroma, que fuimos encontrando en el camino, era admirable ver a Victoria en muy buenas condiciones después de tan arduo trayecto.  Al llegar a Suretka encontramos a Leonardo -el chofer de INISA-, don Alejandro, Ramiro Herrera, Chepe y con todos los que nos acompañaron desde Coroma nos echamos unas birras y degustamos una suculenta comilona casera en la “soda de Chepe”, mientras compartíamos nuestras experiencias.  Algunos no ocultaban su deseo de, algún día, también realizar la travesía.

 

Es indescriptible el placer sentido al concluir la faena.  Grande es la satisfacción que provoca el haber conocido uno de los rincones más bellos, mágicos, lujuriosos y temidos del país, pero inconmensurable la sensación que provoca el sentirse parte de un reducido grupo de ticos que, algún día, orgullosamente arrullaremos a nuestros niños -hijos, nietos y extraños- y quizá hasta a los grandes, con pintorescas anécdotas de aquellas aventuras vividas mientras desdoblábamos a la realidad un sueño, atravesando la Cordillera de Talamanca.

 

 

San Pedro, Setiembre de 1993.

 

Carlos Borge

William Brenes

Otto Castro

Jorge Vargas

Victoria Villalobos


[1] Por publicar. Marzo 1993

[2] Dos geógrafos, un antropólogo, un odontólogo y un abogado.  Marielos finalmente no nos acompañó.

[3] Anteriormente este sitio se llamaba Dolola.

[4] Bakis en Cabécar

[5] Oka es un espíritu protector del bosque

[6] Por mucho tiempo tocó el saxo de la orquesta del Maestro Lubín Barahona y sus Caballeros del Ritmo

[7] Así llamaba Silvano a las gradientes que había que escalar, algunas con pendientes muy fuertes

[8] Un bebedizo que se llama Gatorade, que se prepara muy fácilmente a partir de un polvo y nos daba mucha energía.

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